Hace unos 10 años, con la publicación de mi primera novela: «El mar no puede morir», recibí un regalo inesperado en forma de carta sellada desde Collado Villalba (Madrid), con mi nombre escrito a mano, sin otro remite más que el del mencionado pueblo. La abrí delante del mismo buzón… y lo que descubrí es justo lo que muestro en la foto. Una carta de Arturo Pérez-Reverte
Muchas veces he pensado en si algún día como escritor (y como persona) se me presentará la misma situación. Si la vida me dará la oportunidad de repetir ese mismo momento, pero con el rol cambiado.
Pero no me refiero a lo de ser un archifamoso y reconocido escritor (que no estaría mal, por otra parte). Me refiero a ese aspecto humano de un señor que, sin necesidad de demostrarle nada a nadie, consume una parte de su tiempo en leer la novela de un desconocido, y además de todo eso, invierte otra parte de su tiempo en escribirle una carta de agradecimiento.
SI algún día soy capaz de repetir ese gesto, significará entonces que nada se me ha caído por el camino, que sigo manteniendo la mochila intacta tal como me la dejó preparada mi madre mediante una inflexible educación en valores y comportamiento. No debe ser fácil cuanto tan poca gente lo hace.